09-02-2019 València, Palau de la Música
Orquesta de València
Gregory Kunde, tenor. Zandra McMaster, contralto
Ramón Tebar, director
Obras de Mahler
El pasado sábado, escuchamos un buen concierto. Era la repetición del programa del viernes 8 y esta vez tuve la suerte de poder asistir.
La verdad, es que hacía bastante tiempo que no escuchaba a nuestra Orquesta y salí bastante satisfecho, compartiendo opinión con buenos aficionados con los que intercambié algunas palabras
Pensaban igual algunos buenos amigos componentes de la Orquesta, aunque alguno de ellos dudaba si había estado mejor que el viernes.
Era un programa muy arriesgado y comprometido. El Adagio de la 10ª Sinfonía de Gustav Mahler es el único movimiento de ésta, su última sinfonía, terminada meses antes de fallecer en Viena, en 1911. Parece ser que los graves problemas conyugales con Alma fueron el motivo por el que la obra quedó incompleta. Como expresó Gonzalo Badenes, <es su obra crepuscular, que nos conduce a la más entrada noche>.
Una obra casi expresionista en la que las violas introducen un tema cromático que se va repitiendo, como en un rondó, pero con variaciones. El segundo tema, que es el principal, muy bruckneriano, lleva ya la indicación de Adagio -creo que el maestro Tebar lo llevó un poco ligero, en general toda la obra- para que cuando llega el clímax, un desgarrador acorde fortissimo de maderas y metales construido con nueve sonidos, deja al descubierto una trompeta aguda que, durante siete compases, ahoga con su grito el canto desgarrador de los violines. Pero no es hasta el sexto compás, cuando la trompeta solista -Raul Junqueras, quien nos puso los pelos de punta; qué afinación, qué control del aire. Impresionante- empieza un diminuendo que nos lleva otra vez al tema principal. La obra concluye con un largo pianissimo sobre un acorde de dominante en los trombones, mientras el arpa va elevando sus sonidos hasta morir en un pizzicato de cuerdas graves en Fa# Mayor, tonalidad nuclear de la obra.
Poco antes de empezar la composición de su última sinfonía, Mahler había compuesto la que, para muchos, es otra sinfonía: La Canción de la Tierra, para tenor, contralto y gran orquesta, sobre poemas chinos adaptados por el propio compositor, en 1908. Un impresionante ciclo de seis lieder, en los que se van turnando los cantantes. De alguna manera, podríamos decir que la música y el texto van de la vida -con sus placeres terrenales-, hasta la muerte: los temas siempre preferidos por el compositor bohemio.
No olvidemos -como nos lo recuerda en su 6ª Sinfonía-, que ya había sido vapuleado por tres grandes golpes del destino: el fallecimiento de su hija mayor, la pérdida de su puesto como director de la Ópera de Viena y el diagnóstico de su enfermedad cardíaca incurable. La obra fue estrenada por Bruno Walter en Munich, seis meses después de la pérdida del compositor.
La orquestación, riquísima: lleva 3 flautas y piccolo -excepcional Teresa Barona, como siempre-, 3 oboes con corno inglés -Roberto Turlo se salió con sus solos, sobretodo del último movimiento; lo más destacado de la obra-, 2 clarinetes, más requinto y clarinete bajo -siempre perfectos-, 3 fagotes con contrafagot -también excelentes-, 4 trompas -en algunos pasajes creo que demasiado fuerte-, 3 trompetas, 3 trombones, 1 tuba -nunca falla David Llácer-, timbales y diferente percusión que le sirven a Mahler para «orientalizar» algún fragmento. Todos los golpes de tam-tam supercontrolados por Josep Furió. Además, celesta, mandolina -que apenas se pudo escuchar- y 2 arpas, como siempre, muy bien.
Y en la cuerda, la falta de cellos y contrabajos, algunos por estar de baja, considero que mermaron la sonoridad final de toda la orquesta. El concertino fue esta vez Enrique Palomares y ¡qué diferencia de estas cuerdas con las de antaño! La mayoría son jóvenes y todos excelentes músicos. Fantásticas las violas y toda la cuerda de violines, aunque una pena la falta de violines segundos, porque estaba algo descompensada con los primeros.
De los cantantes, he de decir que tuvimos una de cal y otra de arena. Creo que el tenor norteamericano, Gregory Kunde, estuvo muy bien, aunque decía durante la semana que estaba algo fastidiado de salud -como suelen decir, por cierto, la mayoría de cantantes…-. Kunde, asiduo en los más grandes teatros de ópera españoles, incluyendo Les Arts -por cierto, ¡qué gran Peter Grimes le escuchamos hace un año!-, se estrenaba sin embargo en el Palau de la Música, tras ser galardonado recientemente «Mejor cantante masculino del año» en los International Opera Awards. Y siguiendo la trayectoria del maestro Tebar, comprobamos la buena relación profesional que tienen los dos artistas desde hace un tiempo. Un tenor muy completo, con mucha musicalidad y una excelente técnica, aunque en algunos pasajes fue casi tapado por la orquesta.
Sin embargo, la contralto irlandesa y residente en Madrid, Zandra McMaster, considero que ya no tiene la voz adecuada para hacer este Mahler, aunque es de justicia recordar las grandes actuaciones que en el pasado nos ha ofrecido en esta casa, ya desde la época del maestro Galduf. Apenas pudimos disfrutar de esas frases largas en piano y, para más inri, la cantante fue totalmente devorada por la excesiva sonoridad y su corta potencia.
En resumen, la Orquestra de València sonó muy bien; llegó a las tres fff extremas que resolvió con bastante calidad, aunque me gustaron más los pianissimos alcanzados, como en los dos finales de sendas obras. Además, el fraseo fue flexible y el ajuste, más que aceptable. Indudablemente, no es el mejor Mahler que he escuchado porque todo no está en conseguir esos extremos dinámicos para crear la tensión -escuchen al maestro Abbado, por favor-. Ramón Tebar estuvo bien técnicamente, pero no controló suficientemente los volúmenes del tutti con los cantantes. Aunque, como dice un buen amigo, posiblemente le falten algunos años…